“Ay de mí, llorona. Llorona, tú eres mi chunca. Me quitarán de quererte, llorona. Pero, de olvidarte, nunca.” – La Llorona

La celebración del Día de Muertos en México no tiene comparación, emerge de un sentido espiritual y ancestral forjado con el paso del tiempo y nutrido con los usos y costumbres de cada región, pero en esencia, el ritual es el mismo: honrar a la muerte.

Este año, la experiencia fue diversa, como mamá de Alonso (un niño de once años) las actividades escolares no pararon y pasamos de la compra de materiales para intervenir un cráneo de unicel hasta terminar con un baile de esqueletos zombis que, si bien se sale de la tradición mexicana es parte también del imaginario infantil, pero esa es otra historia.

La celebración inició el viernes 24 de octubre con un taller de catrinas, dirigido por el maestro Irving Elim en la Casa de Cultura “Jesús Romero Flores” en el cual, a partir del modelado se logró un mini altar. Ese mismo día, presenciamos la inauguración de la ofrenda de la casa, en el marco de su 44 aniversario.

Al día siguiente, visitamos la Casa de Cultura Azcapotzalco, para asistir a la presentación de “Danza Prekuautemica”, ahí pudimos ver, escuchar, sentir y oler danza desde una cosmovisión prehispánica: Tonatiuh – imagen de nuestro padre sol, Cempoalxóchitl – por la esencia de la flor de cempasúchil, Huitzilin – Colibrí y Miquiztli – la energía de la muerte como un momento de transición a lo largo de nuestra vida, representada como un tzompantli humano con máscaras en forma de cráneos.

La leyenda de la flor de cempasúchil nos cuenta el amor eterno entre Xóchitl y Huitzilin: “Un día, decidieron subir a lo alto de una colina, allí donde el sol deslumbraba con fuerza, pues sabían que allí moraba el Dios del Sol. Su intención era pedirle a Tonatiuh que les diera la bendición para poder seguir unidos. El Dios sol aceptó y bendijo su amor… El tiempo pasó y Xóchitl se enteró de que su amado había fallecido durante la guerra a la que había sido enviado. La muchacha sintió tanto dolor que le pidió a Tonatiuh unirse con su amado en la eternidad. El Dios del Sol, al ver a la joven tan apenada, decidió convertirla en una hermosa flor. Así que lanzó un rayo dorado sobre ella, entonces creció en la tierra un botón que permaneció cerrado durante mucho tiempo. Un día, apareció un colibrí atraído por el aroma de la flor y se posó sobre sus hojas. Fue entonces que la flor se abrió y mostró su color amarillo, como el mismo sol. La flor había reconocido a su amado Huitzilin, el cual ahora tenía forma de colibrí. Cuenta la leyenda que mientras exista la flor de cempasúchil y haya colibríes, el amor de Xóchitl y Huitzilin vivirá por siempre.” – Leyenda Popular

El aroma a copal, el ritmo del huehuetl y la energía de los danzantes nos transportaron a otro momento y espacio para honrar y apreciar la muerte, así como comprender un poco de la raíz de una tradición que se mantiene viva a través de las ofrendas que hoy colocamos en nuestros hogares o que visitamos en los diferentes recintos y lugares de la ciudad. La presentación es resultado del taller que se imparte en el FARO Azcapotzalco donde también se revisa la filosofía prehispánica para comprender mejor la cosmovisión de nuestros ancestros; al final, fuimos honrados con una ofrenda floral de parte de nuestra amiga y danzante Eri.

La experiencia de la muerte es diferente en la cultura mexicana con relación a otras naciones, Octavio Paz escribió sobre ella: “Para un habitante de Nueva York, París o Londres, la muerte es la palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios. El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es unos de sus juguetes favoritos y su amor más permanente. Cierto, en su actitud hay quizá tanto miedo como en la de otros; más al menos no se esconde ni la esconde; la contempla cara a cara con impaciencia, desdén o ironía: si me han de matar mañana, que me maten de una vez.” – El laberinto de la soledad / 1950

En un lejano año de 1987, un consolidado artista plástico dibujó a la calaca, tilica y flaca para una exposición colectiva a la que llamaron “Clávale el diente al hueso”. Tal artista fue mi tío: Jorge Ramírez (DEP), nombre con el que firmaba en la esquina de cada cuadro. Asistí a aquella exposición de la mano de mi padre (DEP) con mi infantil curiosidad ante los huesos y esqueletos representados en la obra de mi tío y de otros artistas que también presentaron trabajos en cartonería. Poco recuerdo de ese momento, pero me hace ilusión creer que gracias a ellos mi concepción de la muerte es menos tormentosa de lo común.

Y es que la muerte no es el fin, sino que camina entre nosotros, nos persigue con reloj en mano y nos obliga ¡A vivir! Porque hoy pisamos la tierra, pero en cualquier momento nos cae encima en nuestro funeral.

“Pero para eso lo habían traído de allá, de Palo de Venado. No necesitaron amarrarlo para que los siguiera, él anduvo solo, únicamente maniatado por el miedo. Ellos se dieron cuenta de que no podía correr con aquel cuerpo viejo, con aquellas piernas flacas como sicuas secas, acalambradas por el miedo de morir. Porque a eso iba. A morir. Se lo dijeron.” – Diles que no me maten / Juan Rulfo

La celebración también incluyó la realización de una calaverita como parte del proyecto escolar, Alonso escribió una para su mejor amigo Rogelio:

Rogelio entregó

Y la maestra lo felicitó

Por su buena acción

Pero la muerte se enojó

Porque el trabajo acabó.

Se fue a un lugar

Para videojuegos jugar

La muerte no pudo esperar

Porque ya se lo quería llevar.

La muerte lo siguió

Y el partido acabó

Cuando a su casa llegó

La muerte ahí lo esperó.

La noche llegó

Y Rogelio a la muerte le preguntó:

¿Qué horas son?

La muerte le respondió:

Es la hora de tu perdición.

La encomienda fue, además de la escritura, diseñar un cartel original que sirviera como presentación de lo escrito. Alonso presentó su diseño en una cartulina negra con letras blancas, adornos alusivos al día de muertos y flores de papel crepé que él mismo realizó, porque lo que más le gusta es diseñar, crear, pintar, moverse; en fin, divertirse y pensar en que: “La muerte es inevitable”, conclusión a la que llegó después de todo el proceso de pintar su cráneo, ensayar su número musical, escribir una calaverita, diseñar el cartel y presenciar diferentes expresiones artísticas en torno a la muerte.

“Cuando nacemos ya traemos la muerte escondida en el hígado, o en el estómago, o acá, en el corazón, que algún día se va a parar. También puede estar fuera, sentada en algún árbol que todavía no crece, pero que te va a caer encima cuando seas viejo.” – Macario / Roberto Gavaldón / México, 1960 (Basada en Macario, de B.Traven)

De lo prehispánico pasamos a lo moderno y a un ritmo distinto que sonó a principios de los ochenta y que este año trajeron a valor presente los niños del sexto grado de primaria con su número musical: Thriller (Michael Jackson, 1982) para lo cual Alonso se preparó con antifaz de catrín porque odia el maquillaje, usó sombrero negro de copa adornado con una araña, una flor y listón morado a juego con su saco, porque su esencia es híbrida, resultado de una mezcla entre lo prehispánico con lo mestizo e influenciada por el pop-rock, porque la muerte es así: universal, multicolor, con sonidos y ritmos diversos, con sabor a pan de muerto, chile, mezcal, pulque, dulce de camote, tejocote y mandarina.

Me gusta pensar que Samhaim, Miquiztli, Brujas, Calabazas, Catrinas y Catrines, Esqueletos y Zombis se nos revelan como un mensaje del más allá para abrazar la vida, para disfrutarla, para abrazar nuestra humanidad y decir como en el cuento: “Francisca, ¿Cuándo te vas a morir? Ella se incorporó asomando medio cuerpo sobre las rosas, y le devolvió el saludo alegre: -Nunca- dijo – siempre hay algo que hacer.” Francisca y la Muerte / Onelio Jorge Cardoso

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Por: Elizabeth Cruz – Comunicóloga, Escritora y Editora de «Patolli»

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